/ miércoles 14 de marzo de 2018

ATOLITO DE PUSCUA

No leche, no harina, no azúcar, no canela. Solo el maíz prieto reventado con cal o tequesquite y molido en el metate o molino de mano. Esa masa fue bautizada como “puscua” se toma una bolita de puscua y se le aplica un chorrillo de agua hirviente, batiendo, batiendo. Y así, poco a poco hasta llenar el jarro o lata atolera…maíz y agua. No más, no menos. -ese es el atole de puscua-

Al llegar a San Luis de la Paz, Gto. En viajes cuasi obligados, don Antonio, compañero de trabajo, y quien esto escribe. Somnolientos y envueltos en un ambiente frio, terrible y sabrosamente frio, sin antojo de platica y menos de sonrisas. En cuanto bajábamos del autobús flecha amarilla, nos dirigíamos hacia un puestecito pintado de verde, lleno de anuncios de coca-cola y cafiaspirina. Ahí vendían tamales y atole de puscua. Los tamales parecían pedazos de adobe y creo recordar que a eso mismo sabían

Después de 10 ó más mordiscos, encontrabas una raja de chile color verde o roja, no más, solo eso… ¿una pasita, una raja de canela, un pedazo de biznaga?

¿Carne, queso? Ja, ja, ja. ¡Era más fácil encontrar entre ese amasijo 2 monedas de plata .999!

El hervor del atole se dejaba ver desde el mismo bajar del autobús, el vapor salió por todas partes y ante el frío presente, semejaban brazos que te invitaban a la tibieza del apapacho –como la novia que te espera sin quejas ni reclamos- por cierto, me pregunto. ¿Aún habrá de esas? ¡Nada pues! Ahora puro reclamo (según me han dicho) también dicen que las novias modernas Ya ni siquiera saben hacer un chile molcajeteado, ni tan siquiera unos huevos estrellados, ¡eso supe!

Ahí en el puesto nos esperaba un plato de plástico con dos tamales acompañado de un vaso de unicel y el hirviente atole de puscua. Había que terminar con ellos porque rápido se enfriaba todo lo que no estuviera sobre fuego. Ciertamente que comías del tamal, pero recuerdo que era más el frío que la misma hambre. Ya sabíamos la medida. -Dos tamales y dos atoles-. Ese desayuno venía pesando lo de un bulto de cemento, se columbra porque llegábamos a San Luis de la paz a las 7:30 a.m. y se regresaba a San Luis Potosí para estar a las 5:30. P.m. -10 horas de digestión tamalera que se pasaban sin antojo de nada-

Por cuestiones de trabajo y personales, buen tiempo hubo que viajar diariamente a la ciudad de San Luis de la Paz, Gto. Se gemelaban el sabor del atole y el arropamiento que proporcionaba, – uno se queda en la boca y el otro se mete hasta los huesos- son de las cosas sencillas que está hecha una vida, también sencilla.

Un atolito de puscua que a nadie ni a nada le roba aroma o sabor. Y unos tamales que semejan huaraches heredados de tercera generación.

No leche, no harina, no azúcar, no canela. Solo el maíz prieto reventado con cal o tequesquite y molido en el metate o molino de mano. Esa masa fue bautizada como “puscua” se toma una bolita de puscua y se le aplica un chorrillo de agua hirviente, batiendo, batiendo. Y así, poco a poco hasta llenar el jarro o lata atolera…maíz y agua. No más, no menos. -ese es el atole de puscua-

Al llegar a San Luis de la Paz, Gto. En viajes cuasi obligados, don Antonio, compañero de trabajo, y quien esto escribe. Somnolientos y envueltos en un ambiente frio, terrible y sabrosamente frio, sin antojo de platica y menos de sonrisas. En cuanto bajábamos del autobús flecha amarilla, nos dirigíamos hacia un puestecito pintado de verde, lleno de anuncios de coca-cola y cafiaspirina. Ahí vendían tamales y atole de puscua. Los tamales parecían pedazos de adobe y creo recordar que a eso mismo sabían

Después de 10 ó más mordiscos, encontrabas una raja de chile color verde o roja, no más, solo eso… ¿una pasita, una raja de canela, un pedazo de biznaga?

¿Carne, queso? Ja, ja, ja. ¡Era más fácil encontrar entre ese amasijo 2 monedas de plata .999!

El hervor del atole se dejaba ver desde el mismo bajar del autobús, el vapor salió por todas partes y ante el frío presente, semejaban brazos que te invitaban a la tibieza del apapacho –como la novia que te espera sin quejas ni reclamos- por cierto, me pregunto. ¿Aún habrá de esas? ¡Nada pues! Ahora puro reclamo (según me han dicho) también dicen que las novias modernas Ya ni siquiera saben hacer un chile molcajeteado, ni tan siquiera unos huevos estrellados, ¡eso supe!

Ahí en el puesto nos esperaba un plato de plástico con dos tamales acompañado de un vaso de unicel y el hirviente atole de puscua. Había que terminar con ellos porque rápido se enfriaba todo lo que no estuviera sobre fuego. Ciertamente que comías del tamal, pero recuerdo que era más el frío que la misma hambre. Ya sabíamos la medida. -Dos tamales y dos atoles-. Ese desayuno venía pesando lo de un bulto de cemento, se columbra porque llegábamos a San Luis de la paz a las 7:30 a.m. y se regresaba a San Luis Potosí para estar a las 5:30. P.m. -10 horas de digestión tamalera que se pasaban sin antojo de nada-

Por cuestiones de trabajo y personales, buen tiempo hubo que viajar diariamente a la ciudad de San Luis de la Paz, Gto. Se gemelaban el sabor del atole y el arropamiento que proporcionaba, – uno se queda en la boca y el otro se mete hasta los huesos- son de las cosas sencillas que está hecha una vida, también sencilla.

Un atolito de puscua que a nadie ni a nada le roba aroma o sabor. Y unos tamales que semejan huaraches heredados de tercera generación.

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