/ domingo 9 de junio de 2019

Artículo Dominical

Un contrato no da la felicidad

La felicidad, no se obtiene con la firma de un contrato. Éste, no es sinónimo de dicha. Aunque los contratos pueden contribuir a la felicidad; en ellos no se encuentra la gloria.

Un contrato de nada sirve, cuando la persona no está dispuesta a luchar por ser feliz. El contrato no es la dicha; tal vez solo un motivo.

Si la felicidad se obtuviera firmando un contrato, la vida sería distinta. Pero las cosas no son así, un contrato no es sinónimo de felicidad.

El que se casa por lo civil, firma un convenio. Pero un papel no garantiza la felicidad; podrás tener derechos; pero no ser dichoso.

En cambio, el matrimonio ante Dios no se sella en un contrato, ni se arma en un convenio. En el matrimonio religioso se hace una promesa de amor y fidelidad. Y ésta, no se logras sino se cuenta con Dios. En el sacramento matrimonial, Dios entra en la vida de los dos, para impulsarlos a vivir amando. Porque para amar, se necesitan fuerzas; y no cualquier tipo de fuerza, sino aquella que viene de lo alto.

Las leyes de los hombres no dan la felicidad; ni garantizan plenitud, ni mucho menos dicha.

En cambio, la ley de Dios, es la ley del amor. El que se casa ante Dios se casa por amor, y buscando el amor. Pero solo en Dios, podremos encontrar la felicidad; y cuando falta Dios, se impone el egoísmo.

Pbro. Lic. Salvador González Vásquez

Un contrato no da la felicidad

La felicidad, no se obtiene con la firma de un contrato. Éste, no es sinónimo de dicha. Aunque los contratos pueden contribuir a la felicidad; en ellos no se encuentra la gloria.

Un contrato de nada sirve, cuando la persona no está dispuesta a luchar por ser feliz. El contrato no es la dicha; tal vez solo un motivo.

Si la felicidad se obtuviera firmando un contrato, la vida sería distinta. Pero las cosas no son así, un contrato no es sinónimo de felicidad.

El que se casa por lo civil, firma un convenio. Pero un papel no garantiza la felicidad; podrás tener derechos; pero no ser dichoso.

En cambio, el matrimonio ante Dios no se sella en un contrato, ni se arma en un convenio. En el matrimonio religioso se hace una promesa de amor y fidelidad. Y ésta, no se logras sino se cuenta con Dios. En el sacramento matrimonial, Dios entra en la vida de los dos, para impulsarlos a vivir amando. Porque para amar, se necesitan fuerzas; y no cualquier tipo de fuerza, sino aquella que viene de lo alto.

Las leyes de los hombres no dan la felicidad; ni garantizan plenitud, ni mucho menos dicha.

En cambio, la ley de Dios, es la ley del amor. El que se casa ante Dios se casa por amor, y buscando el amor. Pero solo en Dios, podremos encontrar la felicidad; y cuando falta Dios, se impone el egoísmo.

Pbro. Lic. Salvador González Vásquez