/ domingo 7 de octubre de 2018

Artículo Dominical

DIOS NOS HIZO DIFERENTES PARA BRILLAR

Estamos en este mundo para servir. Y no hay mejor manera de brillar, que siendo la luz de alguien más. Ya que venir a la existencia, significa salir fuera; estar siendo luz para los hombres.

El anhelo de cualquiera, es llegar a ser alguien, y ya lo es; solo le falta que su ser, sea para los demás. El que no quiera vivir sirviendo, no busque vivir brillando.

El mismo Jesús, lo ha dicho que no se enciende una lámpara para guardarla debajo de la cama, sino para que alumbre a todos los de la casa. Y no hay mejor manera de brillar, que haciendo algo por los demás. Esa, es la mejor forma de ser alguien.

Venimos al mundo para brillar, y ser luz de los que nos rodean. Pero empezamos a vivir en el anonimato, cuando nos comparamos con los demás; al pretender ser como es el otro, y olvidarnos de ser nosotros mismos.

Nos pasamos la vida envidiando las cualidades ajenas, y nos cegamos ante las propias; por envidiar lo ajeno, no valoramos lo propio.

Dios nos hizo diferentes, para que brillemos con luz propia. Pero el pecado nos ciega, y no nos deja ver nuestras cualidades; tenemos ojos para ver lo que otros tienen, y estamos ciegos para descubrir lo propio.

La comparación es inútil, porque siempre encontraremos diferencias. Y esto, es así, porque fuimos hechos de manera distinta, y con diferentes cualidades; pero, equivocadamente, intentamos ser como los otros, y no fuimos hechos para ser como los demás; nos hicieron para que seamos únicos.

En este mundo no hay ninguna persona completamente igual a la otra. Es por eso, que utilizamos el término persona, para indicar cada uno de nosotros es único, irrepetible e insustituible. Y cada persona tiene un papel que desempeñar en el escenario de la existencia.

El hombre queda opacado, cuando se compara con los demás, y trata de imitarlos. La envidia, es un tiempo desperdiciado, porque gastamos la vida, en sufrir por lo que no tenemos; y no la ocupamos, en descubrir la bondad que llevamos dentro, para ofrecerla a los que nos rodean.

Dios nos dio a cada quien algún don para brillar; pero no hay brillo, sino hay servicio. Ya que los dones, son para el servicio a los demás.

El hombre que quiera brillar, tendrá que descubrir y valorar sus talentos; para saber por dónde se encuentra su luz, y de esa manera brillar al servir. Hay que seguir el consejo evangélico: de aquel que quiera ser el primero, se dedique a servir. Porque quien vive sirviendo, reafirma su existencia, y vivirá brillando.






DIOS NOS HIZO DIFERENTES PARA BRILLAR

Estamos en este mundo para servir. Y no hay mejor manera de brillar, que siendo la luz de alguien más. Ya que venir a la existencia, significa salir fuera; estar siendo luz para los hombres.

El anhelo de cualquiera, es llegar a ser alguien, y ya lo es; solo le falta que su ser, sea para los demás. El que no quiera vivir sirviendo, no busque vivir brillando.

El mismo Jesús, lo ha dicho que no se enciende una lámpara para guardarla debajo de la cama, sino para que alumbre a todos los de la casa. Y no hay mejor manera de brillar, que haciendo algo por los demás. Esa, es la mejor forma de ser alguien.

Venimos al mundo para brillar, y ser luz de los que nos rodean. Pero empezamos a vivir en el anonimato, cuando nos comparamos con los demás; al pretender ser como es el otro, y olvidarnos de ser nosotros mismos.

Nos pasamos la vida envidiando las cualidades ajenas, y nos cegamos ante las propias; por envidiar lo ajeno, no valoramos lo propio.

Dios nos hizo diferentes, para que brillemos con luz propia. Pero el pecado nos ciega, y no nos deja ver nuestras cualidades; tenemos ojos para ver lo que otros tienen, y estamos ciegos para descubrir lo propio.

La comparación es inútil, porque siempre encontraremos diferencias. Y esto, es así, porque fuimos hechos de manera distinta, y con diferentes cualidades; pero, equivocadamente, intentamos ser como los otros, y no fuimos hechos para ser como los demás; nos hicieron para que seamos únicos.

En este mundo no hay ninguna persona completamente igual a la otra. Es por eso, que utilizamos el término persona, para indicar cada uno de nosotros es único, irrepetible e insustituible. Y cada persona tiene un papel que desempeñar en el escenario de la existencia.

El hombre queda opacado, cuando se compara con los demás, y trata de imitarlos. La envidia, es un tiempo desperdiciado, porque gastamos la vida, en sufrir por lo que no tenemos; y no la ocupamos, en descubrir la bondad que llevamos dentro, para ofrecerla a los que nos rodean.

Dios nos dio a cada quien algún don para brillar; pero no hay brillo, sino hay servicio. Ya que los dones, son para el servicio a los demás.

El hombre que quiera brillar, tendrá que descubrir y valorar sus talentos; para saber por dónde se encuentra su luz, y de esa manera brillar al servir. Hay que seguir el consejo evangélico: de aquel que quiera ser el primero, se dedique a servir. Porque quien vive sirviendo, reafirma su existencia, y vivirá brillando.