/ jueves 17 de marzo de 2022

Aquiles Córdova Morán

Las verdades complejas no se deciden por mayoría

Pero es un hecho que el fin de la guerra provocó una intensificación de la guerra fría a niveles no vistos hasta entonces. Esto se debió a dos factores esenciales: la euforia triunfal de los norteamericanos que los hizo sentirse llamados a consumar el sueño de Hitler y el hecho de que, bajo la mano férrea de Stalin, el socialismo se extendió a casi toda Europa Oriental y la URSS se recuperó del desastre con una rapidez inesperada para sus enemigos. Como consecuencia, se profundizó y diversificó el cerco económico, financiero, comercial y diplomático de la URSS y se incorporaron dos elementos nuevos a la guerra fría: un corporativo mediático fuertemente centralizado y supervisado para controlar sus contenidos y la creación de la OTAN, el brazo armado de los EE. UU. en Europa. Esto abrió dos poderosos frentes de lucha contra el bloque socialista: el mediático y el militar, que comenzaron a actuar de inmediato. Como sabemos, la campaña mediática contra el “peligro comunista” que amenazaba con la conquista del mundo y contra la dictadura del proletariado que suprimía sin miramientos todos los derechos y libertades del ciudadano, fue verdaderamente atroz, despiadada, carente de escrúpulos y del mínimo respeto por la verdad, a grado tal que Joseph Fontana opinaba que debió llamarse “guerra sucia” y no “guerra fría”.

Pero fue absolutamente eficaz, no cabe duda, y fue la clave para el triunfo de los Estados Unidos en la guerra fría. Fue tan exitosa y caló tan hondo la guerra mediática de Occidente contra el bloque socialista que hasta el día de hoy las masas populares siguen temiendo y odiando al comunismo y a los rusos como a sus peores enemigos, y siguen creyendo que Estados Unidos nos salvó de un peligro terrible, aunque nadie sepa a ciencia cierta en qué consistía ese peligro. Llegados a este punto, es necesario volver la vista al otro frente de la lucha por la hegemonía mundial. ¿Cuál fue el propósito de crear el poderoso brazo armado europeo de la OTAN? Conviene recordar que esta “alianza” militar fue creada en 1949 con un total de 12 países miembros. Para esas fechas, la URSS aún no salía de la postración en que la sumió la guerra y la República Popular China estaba en pañales o no había nacido aún. Por tanto, ni una ni otra podían estar en la mira del imperialismo. Fue Stalin, con la perspicacia que le reconocen amigos y enemigos, el único que dio en el clavo: la OTAN era una necesidad urgente pero no para combatir a los enemigos sino para asegurar el control y la sumisión de los países amigos, es decir los miembros de la actual Unión Europea. Esto no excluye, naturalmente, que los norteamericanos temieran una posible reactivación de la URSS y que también pensaran en ella a la hora de construir la “alianza”, pero no como el objetivo principal e inmediato. Como vimos más arriba, la OTAN no jugó ningún rol determinante durante todo el tiempo que duró la guerra fría; su papel fue esencialmente amenazante y disuasivo.

Pero con la victoria del imperialismo en la guerra fría las cosas cambiaron. En primer lugar, perdió toda razón de ser la OTAN vista como arma contra el enemigo vencido. Muchos partidarios de Occidente y otros más engañados por su propaganda, pensaron que desaparecería, como había desaparecido ya el Pacto de Varsovia, su contraparte socialista, pero se equivocaron rotundamente. Lejos de desaparecer, la OTAN continuó ampliándose y fortaleciéndose, poniendo así al desnudo que su objetivo no era acabar con el comunismo sino conquistar la hegemonía mundial. En segundo lugar, dado que la guerra mediática de Occidente se había fundamentado en un discurso construido a base de una falsa moral, valores falsos y falsas promesas de progreso compartido, paz y bienestar para todos, resultaba ahora peligroso continuar con la vieja política rapaz y depredadora a cara descubierta. Había que esconderse detrás de nuevas “teorías económicas” como el fundamentalismo de mercado o neoliberalismo y la globalización; se lanzó una verdadera cruzada universal por los derechos humanos, por la democracia y por la libertad de los pueblos para justificar las agresiones unilaterales, las revoluciones de colores y los ataques con ejércitos privados integrados por mercenarios de nuevo cuño. Pero con disfraz y sin él, la arremetida imperialista tras la caída del bloque socialista ha sido vasta y brutal. “Tras la caída de la Unión Soviética Estados Unidos levantó el pie del freno. La invasión de Panamá a finales de 1989 fue un ensayo para lo que seguiría después. Poco después fue el turno de Irak, Yugoslavia y Somalia. Más tarde seguirían Afganistán, Yemen y Siria. Además de las intervenciones militares abiertas, Estados Unidos emprendió cada vez más «guerras híbridas» o «revoluciones de colores» para provocar un cambio de régimen, lo que no funcionó en todas partes. Así lo intentaron en Brasil, Bolivia, Venezuela, Cuba, Honduras, Nicaragua, Georgia, Ucrania, Kirguistán, Líbano y Bielorrusia. Por otra parte, más de veinte países fueron objeto de sanciones económicas.” (Marc Vandepitte, Rebelión.org, 11 de febrero de 2022). El 5 de febrero de 2002, el Servicio de Investigaciones del Congreso (CRS en inglés), dependiente de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, publicó una compilación de los casos en que Estados Unidos hizo uso de sus fuerzas armadas en el exterior (…) a los efectos de proteger a ciudadanos de Estados Unidos o promover los intereses del mismo país. “El informe inicial de CRS enumera nada menos que 300 casos, el último de los cuales fue la intervención armada y bombardeo de Kosovo en noviembre de 2001. Por lo tanto, excluye todo lo que vino después: la guerra de Irak, iniciada en 2003 y que se extendió hasta el 2011; la intervención militar en Somalia en 2007; en Libia en el 2011 y las operaciones militares en Yemen, Pakistán y Somalia entre 2011 y 2012 y las desatadas en contra del gobierno de Siria a parir de 2014. Por eso el cálculo final arroja 315 casos (…). Ningún otro país del mundo ostenta tan ominoso récord, algo digno de tenerse en cuenta en momentos en que la aplastante mayoría de los medios de comunicación y las redes controladas por el imperio se empeñan en demonizar a Rusia…” (Atilio Borón, CUBADEBATE, 3 de marzo).

En algunas de estas guerras por la “democracia, la libertad y los derechos humanos” ha tenido participación la OTAN; pero en general, como las mismas citas aclaran, los agresores han escondido la mano y la cara recurriendo a las “revoluciones de colores” o a los grupos de mercenarios armados y financiados por ellos, como el Daesh en Siria o la Hermandad Musulmana en Egipto y Libia. A pesar de esto, la OTAN ha seguido creciendo y armándose. Como dijimos antes, al nacer contaba con 12 países miembros; en 1997, cuando se firmó el Acta Fundacional Rusia-OTAN, contaba con 16 miembros, cuatro más en 48 años; en la actualidad cuenta con 30 miembros, es decir, 14 más en solo 25 años. Esos 14 miembros, según la nota de Marc Vandepitte ya citada, son: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumania, Eslovenia, Croacia, Montenegro, Albania, Macedonia del Norte y Bulgaria. En resumen, se trata de las repúblicas surgidas del desmembramiento de Yugoslavia, llevado a cabo por la misma OTAN a finales de 199l; de los países ex socialistas de Europa Oriental y de las tres repúblicas bálticas que formaron parte de la URSS.

Con estas nuevas adquisiciones, la OTAN ha creado un cerco de acero a lo largo de toda la frontera entre Rusia y Occidente, cerco que va desde el mar Báltico en el norte hasta el mar Negro en el sur. Este crecimiento amenazante viola, además, el compromiso formal de Estados Unidos y la OTAN de no avanzar hacia la frontera oriental de Rusia. “Es cierto que a comienzos de los 90, la ex URSS tenía el compromiso que EE, UU. y la OTAN no avanzarían hacia sus fronteras: «Ni un centímetro hacia el Este» fue la promesa hecha por el secretario de Estado estadounidense James Baker, pero la palabra empeñada no se cumplió” (Pablo Ruiz, rebelión.org, 19 de febrero). Si no olvidamos, además, que Estados Unidos ha plantado base de misiles con ojivas nucleares en varios de estos países, resultan mas que claros los propósitos ofensivos de tales cambios. En su alocución al pueblo norteamericano del 15 de febrero, el presidente Joe Biden dijo entre otras cosas: “Estados Unidos y la OTAN no son una amenaza para Rusia”. Si esto es verdad, el presidente Biden debería explicar con qué objeto ha creado el cerco nuclear en la frontera oriental de Rusia.

Pero la OTAN no solo crece en número de miembros, también se arma cada vez más y con armas nucleares de última generación. “La OTAN es responsable del gasto militar” Cuando EE. UU. y la OTAN lanzaron su campaña en Bosnia, Afganistán, Irak y Libia comenzó a dispararse el gasto en armamentos. “Las ventas combinadas de armas de las 100 empresas de servicios militares y productoras de armas más grandes del mundo fueron de 531 mil millones en 2020…”. “La OTAN representa hoy más de la mitad del gasto militar mundial, y esa proporción seguramente subirá en los próximos años.” (Pablo Ruiz, nota ya citada) ¿Y todo este dineral solo para prevenirse de un peligro inexistente o, mejor dicho, inventado por el imperialismo? Nadie en sus cabales puede creer semejante patraña. Resulta evidente que se está preparando un golpe decisivo contra los dos mayores obstáculos que se oponen a la hegemonía mundial norteamericana. Hay que recordar, además, que todos estos cambios en la OTAN se llevaron a cabo antes de que surgiera el conflicto Rusia-Ucrania, de donde puede concluirse que dicho conflicto no es la causa sino la consecuencia inevitable de los afanes hegemónicos del imperialismo norteamericano, como dije al principio.

¿Qué sucedió en Ucrania? Desde que este país se desvinculó de la URSS, las relaciones entre ambos fueron normales, con los altibajos inevitables entre vecinos próximos. ¿De dónde surgió entonces el actual conflicto? La explicación es sencilla: resulta que el cerco de la OTAN en torno a Rusia no está todavía completo y su eficacia no está completamente garantizada. Hace falta copar el flanco sur, que es precisamente donde se ubican Ucrania y Georgia. La OTAN ha tenido claro desde siempre que un ataque a Rusia desde sus posiciones actuales sería contestado con un contragolpe demoledor. Ucrania es la pieza clave para asestar el primer golpe nuclear sin peligro de respuesta. En números: un misil disparado desde la base más cercana tardaría 15 minutos en alcanzar Moscú, tiempo suficiente para preparar y lanzar la respuesta; disparado desde la frontera ucraniana, tardaría entre 4 y 5 minutos, que no bastan para una defensa segura. Por eso Rusia ha dicho a la OTAN y a los norteamericanos que Ucrania y Georgia son la raya roja que no deben cruzar. Conclusión: hay que apoderarse de Ucrania al precio que sea. Esta es la razón del conflicto actual. Desde que terminó la segunda guerra mundial, los norteamericanos comenzaron a utilizar a los cientos de miles de ucranianos pro-fascistas que se unieron a Hitler contra la URSS para diversos propósitos agresivos, el principal de ellos fue injertarlos en la sociedad ucraniana, entrenarlos política y militarmente y armarlos para hacerse con el poder del país. Estos preparativos maduraron en 2014, año en que se instrumentó la revolución de colores conocida como “Euromaidán”, contra el presidente Víctor Yanukóvich, un político que hacía equilibrios entre Washington y Moscú, lo que lo hacía poco fiable para los yanquis. El golpe de los fascistas y nacionalistas de ultraderecha triunfó, y a continuación éstos desataron una orgía de sangre y represión contra sus opositores, principalmente los ucranianos de sangre y lengua rusas que viven en la región del Donbass. Los calificativos de ultraderechistas y nazis no son propaganda rusa sino una amarga verdad. “La CIA utilizó a los nazis durante toda la guerra fría. (Al llegar Carter al poder) ordenó al almirante Stansfield Turner «poner orden» en la agencia y limitar el papel de aquellos agentes. La mayoría de los nazis fueron separados, pero se conservó a los que podían actuar en los países miembros del Pacto de Varsovia. (Reagan) buscó influir en las «naciones cautivas» de Europa oriental creando un montón de asociaciones para desestabilizar los Estados miembros del Pacto de Varsovia, e incluso la URSS. Así (…) en 2007, la CIA organizó en Ternopol, Ucrania, un congreso para reunir a los neonazis europeos y los yihadistas del Medio Oriente contra Rusia. Ese encuentro tuvo como copresidentes al nazi ucraniano Dimitro Yarosh y al emir checheno Doku Umarov (…). En 2013, la OTAN entrenó en Polonia a los hombres de Dimitro Yarosh, para utilizarlos después en la operación de «cambio de régimen» montada en Ucrania por Victoria Nuland: la llamada «revolución de la dignidad», también conocida como «EuroMaidan» (voltairenet.org, 6 de marzo). Según el mismo portal, fue la presencia de cinco ministros nazis en el gobierno surgido del EuroMaidan lo que sublevó a los ruso-ucranianos del Donbass y provocó el referéndum que aprobó por mayoría aplastante la independencia de las repúblicas de Donetsk y Lugansk.

Las verdades complejas no se deciden por mayoría

Pero es un hecho que el fin de la guerra provocó una intensificación de la guerra fría a niveles no vistos hasta entonces. Esto se debió a dos factores esenciales: la euforia triunfal de los norteamericanos que los hizo sentirse llamados a consumar el sueño de Hitler y el hecho de que, bajo la mano férrea de Stalin, el socialismo se extendió a casi toda Europa Oriental y la URSS se recuperó del desastre con una rapidez inesperada para sus enemigos. Como consecuencia, se profundizó y diversificó el cerco económico, financiero, comercial y diplomático de la URSS y se incorporaron dos elementos nuevos a la guerra fría: un corporativo mediático fuertemente centralizado y supervisado para controlar sus contenidos y la creación de la OTAN, el brazo armado de los EE. UU. en Europa. Esto abrió dos poderosos frentes de lucha contra el bloque socialista: el mediático y el militar, que comenzaron a actuar de inmediato. Como sabemos, la campaña mediática contra el “peligro comunista” que amenazaba con la conquista del mundo y contra la dictadura del proletariado que suprimía sin miramientos todos los derechos y libertades del ciudadano, fue verdaderamente atroz, despiadada, carente de escrúpulos y del mínimo respeto por la verdad, a grado tal que Joseph Fontana opinaba que debió llamarse “guerra sucia” y no “guerra fría”.

Pero fue absolutamente eficaz, no cabe duda, y fue la clave para el triunfo de los Estados Unidos en la guerra fría. Fue tan exitosa y caló tan hondo la guerra mediática de Occidente contra el bloque socialista que hasta el día de hoy las masas populares siguen temiendo y odiando al comunismo y a los rusos como a sus peores enemigos, y siguen creyendo que Estados Unidos nos salvó de un peligro terrible, aunque nadie sepa a ciencia cierta en qué consistía ese peligro. Llegados a este punto, es necesario volver la vista al otro frente de la lucha por la hegemonía mundial. ¿Cuál fue el propósito de crear el poderoso brazo armado europeo de la OTAN? Conviene recordar que esta “alianza” militar fue creada en 1949 con un total de 12 países miembros. Para esas fechas, la URSS aún no salía de la postración en que la sumió la guerra y la República Popular China estaba en pañales o no había nacido aún. Por tanto, ni una ni otra podían estar en la mira del imperialismo. Fue Stalin, con la perspicacia que le reconocen amigos y enemigos, el único que dio en el clavo: la OTAN era una necesidad urgente pero no para combatir a los enemigos sino para asegurar el control y la sumisión de los países amigos, es decir los miembros de la actual Unión Europea. Esto no excluye, naturalmente, que los norteamericanos temieran una posible reactivación de la URSS y que también pensaran en ella a la hora de construir la “alianza”, pero no como el objetivo principal e inmediato. Como vimos más arriba, la OTAN no jugó ningún rol determinante durante todo el tiempo que duró la guerra fría; su papel fue esencialmente amenazante y disuasivo.

Pero con la victoria del imperialismo en la guerra fría las cosas cambiaron. En primer lugar, perdió toda razón de ser la OTAN vista como arma contra el enemigo vencido. Muchos partidarios de Occidente y otros más engañados por su propaganda, pensaron que desaparecería, como había desaparecido ya el Pacto de Varsovia, su contraparte socialista, pero se equivocaron rotundamente. Lejos de desaparecer, la OTAN continuó ampliándose y fortaleciéndose, poniendo así al desnudo que su objetivo no era acabar con el comunismo sino conquistar la hegemonía mundial. En segundo lugar, dado que la guerra mediática de Occidente se había fundamentado en un discurso construido a base de una falsa moral, valores falsos y falsas promesas de progreso compartido, paz y bienestar para todos, resultaba ahora peligroso continuar con la vieja política rapaz y depredadora a cara descubierta. Había que esconderse detrás de nuevas “teorías económicas” como el fundamentalismo de mercado o neoliberalismo y la globalización; se lanzó una verdadera cruzada universal por los derechos humanos, por la democracia y por la libertad de los pueblos para justificar las agresiones unilaterales, las revoluciones de colores y los ataques con ejércitos privados integrados por mercenarios de nuevo cuño. Pero con disfraz y sin él, la arremetida imperialista tras la caída del bloque socialista ha sido vasta y brutal. “Tras la caída de la Unión Soviética Estados Unidos levantó el pie del freno. La invasión de Panamá a finales de 1989 fue un ensayo para lo que seguiría después. Poco después fue el turno de Irak, Yugoslavia y Somalia. Más tarde seguirían Afganistán, Yemen y Siria. Además de las intervenciones militares abiertas, Estados Unidos emprendió cada vez más «guerras híbridas» o «revoluciones de colores» para provocar un cambio de régimen, lo que no funcionó en todas partes. Así lo intentaron en Brasil, Bolivia, Venezuela, Cuba, Honduras, Nicaragua, Georgia, Ucrania, Kirguistán, Líbano y Bielorrusia. Por otra parte, más de veinte países fueron objeto de sanciones económicas.” (Marc Vandepitte, Rebelión.org, 11 de febrero de 2022). El 5 de febrero de 2002, el Servicio de Investigaciones del Congreso (CRS en inglés), dependiente de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, publicó una compilación de los casos en que Estados Unidos hizo uso de sus fuerzas armadas en el exterior (…) a los efectos de proteger a ciudadanos de Estados Unidos o promover los intereses del mismo país. “El informe inicial de CRS enumera nada menos que 300 casos, el último de los cuales fue la intervención armada y bombardeo de Kosovo en noviembre de 2001. Por lo tanto, excluye todo lo que vino después: la guerra de Irak, iniciada en 2003 y que se extendió hasta el 2011; la intervención militar en Somalia en 2007; en Libia en el 2011 y las operaciones militares en Yemen, Pakistán y Somalia entre 2011 y 2012 y las desatadas en contra del gobierno de Siria a parir de 2014. Por eso el cálculo final arroja 315 casos (…). Ningún otro país del mundo ostenta tan ominoso récord, algo digno de tenerse en cuenta en momentos en que la aplastante mayoría de los medios de comunicación y las redes controladas por el imperio se empeñan en demonizar a Rusia…” (Atilio Borón, CUBADEBATE, 3 de marzo).

En algunas de estas guerras por la “democracia, la libertad y los derechos humanos” ha tenido participación la OTAN; pero en general, como las mismas citas aclaran, los agresores han escondido la mano y la cara recurriendo a las “revoluciones de colores” o a los grupos de mercenarios armados y financiados por ellos, como el Daesh en Siria o la Hermandad Musulmana en Egipto y Libia. A pesar de esto, la OTAN ha seguido creciendo y armándose. Como dijimos antes, al nacer contaba con 12 países miembros; en 1997, cuando se firmó el Acta Fundacional Rusia-OTAN, contaba con 16 miembros, cuatro más en 48 años; en la actualidad cuenta con 30 miembros, es decir, 14 más en solo 25 años. Esos 14 miembros, según la nota de Marc Vandepitte ya citada, son: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumania, Eslovenia, Croacia, Montenegro, Albania, Macedonia del Norte y Bulgaria. En resumen, se trata de las repúblicas surgidas del desmembramiento de Yugoslavia, llevado a cabo por la misma OTAN a finales de 199l; de los países ex socialistas de Europa Oriental y de las tres repúblicas bálticas que formaron parte de la URSS.

Con estas nuevas adquisiciones, la OTAN ha creado un cerco de acero a lo largo de toda la frontera entre Rusia y Occidente, cerco que va desde el mar Báltico en el norte hasta el mar Negro en el sur. Este crecimiento amenazante viola, además, el compromiso formal de Estados Unidos y la OTAN de no avanzar hacia la frontera oriental de Rusia. “Es cierto que a comienzos de los 90, la ex URSS tenía el compromiso que EE, UU. y la OTAN no avanzarían hacia sus fronteras: «Ni un centímetro hacia el Este» fue la promesa hecha por el secretario de Estado estadounidense James Baker, pero la palabra empeñada no se cumplió” (Pablo Ruiz, rebelión.org, 19 de febrero). Si no olvidamos, además, que Estados Unidos ha plantado base de misiles con ojivas nucleares en varios de estos países, resultan mas que claros los propósitos ofensivos de tales cambios. En su alocución al pueblo norteamericano del 15 de febrero, el presidente Joe Biden dijo entre otras cosas: “Estados Unidos y la OTAN no son una amenaza para Rusia”. Si esto es verdad, el presidente Biden debería explicar con qué objeto ha creado el cerco nuclear en la frontera oriental de Rusia.

Pero la OTAN no solo crece en número de miembros, también se arma cada vez más y con armas nucleares de última generación. “La OTAN es responsable del gasto militar” Cuando EE. UU. y la OTAN lanzaron su campaña en Bosnia, Afganistán, Irak y Libia comenzó a dispararse el gasto en armamentos. “Las ventas combinadas de armas de las 100 empresas de servicios militares y productoras de armas más grandes del mundo fueron de 531 mil millones en 2020…”. “La OTAN representa hoy más de la mitad del gasto militar mundial, y esa proporción seguramente subirá en los próximos años.” (Pablo Ruiz, nota ya citada) ¿Y todo este dineral solo para prevenirse de un peligro inexistente o, mejor dicho, inventado por el imperialismo? Nadie en sus cabales puede creer semejante patraña. Resulta evidente que se está preparando un golpe decisivo contra los dos mayores obstáculos que se oponen a la hegemonía mundial norteamericana. Hay que recordar, además, que todos estos cambios en la OTAN se llevaron a cabo antes de que surgiera el conflicto Rusia-Ucrania, de donde puede concluirse que dicho conflicto no es la causa sino la consecuencia inevitable de los afanes hegemónicos del imperialismo norteamericano, como dije al principio.

¿Qué sucedió en Ucrania? Desde que este país se desvinculó de la URSS, las relaciones entre ambos fueron normales, con los altibajos inevitables entre vecinos próximos. ¿De dónde surgió entonces el actual conflicto? La explicación es sencilla: resulta que el cerco de la OTAN en torno a Rusia no está todavía completo y su eficacia no está completamente garantizada. Hace falta copar el flanco sur, que es precisamente donde se ubican Ucrania y Georgia. La OTAN ha tenido claro desde siempre que un ataque a Rusia desde sus posiciones actuales sería contestado con un contragolpe demoledor. Ucrania es la pieza clave para asestar el primer golpe nuclear sin peligro de respuesta. En números: un misil disparado desde la base más cercana tardaría 15 minutos en alcanzar Moscú, tiempo suficiente para preparar y lanzar la respuesta; disparado desde la frontera ucraniana, tardaría entre 4 y 5 minutos, que no bastan para una defensa segura. Por eso Rusia ha dicho a la OTAN y a los norteamericanos que Ucrania y Georgia son la raya roja que no deben cruzar. Conclusión: hay que apoderarse de Ucrania al precio que sea. Esta es la razón del conflicto actual. Desde que terminó la segunda guerra mundial, los norteamericanos comenzaron a utilizar a los cientos de miles de ucranianos pro-fascistas que se unieron a Hitler contra la URSS para diversos propósitos agresivos, el principal de ellos fue injertarlos en la sociedad ucraniana, entrenarlos política y militarmente y armarlos para hacerse con el poder del país. Estos preparativos maduraron en 2014, año en que se instrumentó la revolución de colores conocida como “Euromaidán”, contra el presidente Víctor Yanukóvich, un político que hacía equilibrios entre Washington y Moscú, lo que lo hacía poco fiable para los yanquis. El golpe de los fascistas y nacionalistas de ultraderecha triunfó, y a continuación éstos desataron una orgía de sangre y represión contra sus opositores, principalmente los ucranianos de sangre y lengua rusas que viven en la región del Donbass. Los calificativos de ultraderechistas y nazis no son propaganda rusa sino una amarga verdad. “La CIA utilizó a los nazis durante toda la guerra fría. (Al llegar Carter al poder) ordenó al almirante Stansfield Turner «poner orden» en la agencia y limitar el papel de aquellos agentes. La mayoría de los nazis fueron separados, pero se conservó a los que podían actuar en los países miembros del Pacto de Varsovia. (Reagan) buscó influir en las «naciones cautivas» de Europa oriental creando un montón de asociaciones para desestabilizar los Estados miembros del Pacto de Varsovia, e incluso la URSS. Así (…) en 2007, la CIA organizó en Ternopol, Ucrania, un congreso para reunir a los neonazis europeos y los yihadistas del Medio Oriente contra Rusia. Ese encuentro tuvo como copresidentes al nazi ucraniano Dimitro Yarosh y al emir checheno Doku Umarov (…). En 2013, la OTAN entrenó en Polonia a los hombres de Dimitro Yarosh, para utilizarlos después en la operación de «cambio de régimen» montada en Ucrania por Victoria Nuland: la llamada «revolución de la dignidad», también conocida como «EuroMaidan» (voltairenet.org, 6 de marzo). Según el mismo portal, fue la presencia de cinco ministros nazis en el gobierno surgido del EuroMaidan lo que sublevó a los ruso-ucranianos del Donbass y provocó el referéndum que aprobó por mayoría aplastante la independencia de las repúblicas de Donetsk y Lugansk.